domingo, agosto 18, 2013

Juárez-Loreto

Efraín Huerta


Alabados sean los ladrones...
H.M.E.


La del piernón bruto me rebasó por la derecha: rozóme las regiones sagradas, me vio de arriba
abajo
y se detuvo en el aire viciado: cielo sucio
de la Ruta 85, donde los ladrones
me conocen porque me roban, me pisotean
y me humillan: seguramente saben
que escribo versos: ¿Pero ella? ¿Por qué
me faulea, madruga, tumba, habita, bebe?
tiene el pelo dorado de la madrugada
que empuña su arma y dispara sus violines.
Tiene un extraño follaje azul-morado
en unos ojos como faroles y aguardiente.
Es un jazmín angelical, maligno,
arrancado del zarzal en ruinas.
A los rateros los detesto con todo el corazón,
pero a ella, que debe llamarse Ría, Napoleona,
Bárbara o Letra Muerta o Cosa Quemada,
empiezo a amarla en la diagonal de Euler
y en la parada de Petrarca ya soy un horno
pálido de codicia, de sueños de poder,
porque como amante siempre he sido pan
comido,
migaja llorona (Ay de mí, Llorona), y si ayer
pasadas las diez de la noche
fui el vivo retrato de la Novena Maravilla,
ahora sólo soy la sombra de una séptima colina
desyerbada.

Alabados sean los ladrones, dice Hans Magnus.
Pues que lo sean: los veo hurtar carteras,
relojes,
orejas,
pies, nalgas iridiscentes, bolígrafos, anteojos,
y ella, que debe llamarse Escaldada, ni se inmuta. Vuelve al roce, al foul, al descaro,
se alisa la dorada cabellera
(¡Coño, carajo, caballero, qué cabellera de oro!),
se marea, se hegeliza, se newtoniza,
y pasamos por donde Maimónides y Hesíodo
y pone todavía más cara de estúpida cuando Alejandro Dumas, Poe y Molière y los cines
cercanos!
Malditilla, malditita, putilla camionera,
vergüenza seas para las anchas avenidas
que son Horacio, Homero y, caray (aguas,
aguas),
Ejército Nacional.
Rozadora, pescadora en el río revuelto
de las horas febriles; ladrona de mi mala suerte,
abyecta cómplice del “dos de bastos”, hembra de
los
flancos
como agua endemoniada;
cachondísima hasta la parada en seco
del autobús de la Muerte.
Alabada seas, bandida de mi lerda conmiseración. Escorpiona te llamas, Cancerita,
Cangreja,
amada hasta la terminal, hasta el infinito trasero que me despertó imbecilizado en el boulevard ¡Miguel de Cervantes Saavedra y demás clásicos! Porque luego de tus acuciosos
frotamientos
y que cada quien llegó a donde quiso llegar
(para eso estamos y vivimos en un país libre)
hube de regresar al lugar del crimen
(así llamo a mi arruinado departamento de Lope
de Vega),
y pues me vine, sí, me vine lo más pronto posible en medio de una estruendosa rechifla
celestial.

Adoro tu nalga derecha, tu pantorilla izquierda
tus muslos enteritos, lo adivinable y calientito,
tus
pechitos pachones
y tu indigno, antideportivo comportamiento.
Que te asalten, te roben, burlen, violen,
Nariz de Colibrí, Doncella Serpentina,
Suripantita de Oro, Cabellitos de Elote,
porque te amo y alabo desde lo alto de mi aguda
marchitez.

Hoy debo dormir como un bendito
y despertar clamando en el desierto de la ciudad

donde el Juárez-Loreto que algún día compraré
me espera, como un palacio espera, adormilado, a su viejo-príncipe-poeta

soberbiamente idiota.

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